Y así lo hicieron. Los muchachos pudieron contactar con la dueña original del sofá; se trataba de una anciana viuda que había guardado ese dinero por 30 años. Era todo lo que su marido había juntado para ella antes de morir, y cuando la mujer enfermó por algunas semanas, su familia decidió vender el mueble sin saber lo que allí se escondía.

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Agradecida, la abuelita los recompensó con 1000 dólares y el premio más importante: el de haber obrado con honestidad. ¡Bien por ellos!

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