Pero los años pasaron y más allá de todos los problemas, había un sueño al que Wendy no estaba dispuesta a renunciar. Ella quería ser animadora y codearse con las muchachas más populares de la escuela.

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Como no pudo hacerlo durante a juventud, decidió hacerse pasar por su hija para conseguirlo. Pudo hacerlo por dos semanas, hasta que la mentira se descubrió y tuvo que dar explicaciones a la justicia de ese acto tan irracional.

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Al escuchar su testimonio, los jueces se dieron cuenta de que algo no andaba bien en la mente de Wendy. “Sólo quería decir que lo siento por lo que he hecho. Me siento mal por ello. Y lo lamento. Um, siempre tengo… yo no soy una mala persona. Acabo de cometer un error”, fue todo lo que dijo a su favor.

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«Su fantasía de terminar el instituto y ser animadora se convirtió en un delirio», fue lo que dijo Ralph Baker, el psiquiatra que la evaluó a petición del juzgado. Las autoridades decidieron declarara no culpable, por lo que solo pagó una elevada multa. Sin embargo, fue puesta en tratamiento por tres años en un centro de salud mental de Winnebago, en Wisconsin. Definitivamente hay marcas de la vida que nunca se borran, y Wendy sufrió las consecuencias de no sanar sus heridas a tiempo.