La mugre en esta época no distinguía entre clases sociales, y hasta la reina Isabel de Castilla presumía de solo haberse bañado dos veces en su vida. Una de ellas fue el día antes de su boda, ya que era una tradición palaciega. Los nobles contaban con sirvientes que se encargaban de desparasitarlos y limpiarlos todos los días, incluso en sus partes íntimas. Por otro lado, los vestidos y las pelucas no se lavaban casi nunca y era muy normal que criaran liendres y piojos.

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Las ciudades consideradas las más sucias de la época, eran Londres y París. El olor de sus calles era realmente apestoso, aunque nada mejoraba en las casas y edificios públicos. Para frenar el hedor en las iglesias se quemaba incienso.

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