Minutos más tarde, uno de ellos usó la mantequilla para pintar el número que identificaba su celda modificándolo por otro mucho más importante: el de la puerta de salida. Una vez pintada la puerta, solo era cuestión de esperar el turno del nuevo guardiacárcel, quien todavía no estaría familiarizado con los números y calabozos.

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El funcionario finalmente tomó su turno y el recluso le pidió que abriera su celda. Sin embargo, el agente observó que la misma no se abría, sin saber que en realidad liberó la que permitía a la docena de prisioneros escapar. Para completar la huida utilizaron frazadas y sábanas para poder traspasar el último muro.

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